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Tru-Trú
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 13 de junio 2016
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Dedicado especialmente a los amantes de la tecnología

Por José Antonio Fernández Fernández


  Por años, las mercerías de pueblos y grandes ciudades consiguieron sobrevivir y atraer a miles y miles de personas cuando llegaron las máquinas para hacer Tru-Trú. Eran mágicas, provocaron asombro. Con el Tru-Trú, la gente podía hacer con libertad sus propios diseños con calados y bordados utilizando todo tipo de hilos y telas. Muchos se preguntaron por qué daban tanta felicidad a las mujeres.

  Para quien no sabe qué es una mercería, les pido imaginen un local comercial de barrio con una fachada máximo de 10 metros de frente por otros diez de fondo. Las mercerías de barrio son un negocio prácticamente desaparecido, en donde se vendían botones, hilos, agujas para las máquinas de cocer, estambres y agujas para tejer suéteres, gorras y bufandas, alfileres y agujas para pegar botones y hacer bastillas. Tenían siempre una perforadora manual para hacer agujeros a los cinturones y colocar hebillas al gusto. Algunas mercerías vendían artículos relacionados con papelería. Y, por supuesto, en los años sesenta del Siglo XX, prácticamente a todas las mercerías del país llegó la increíble y seductora máquina eléctrica para hacer Tru-Trú.

  La buena fama de la máquina del Tru-Trú llegó para quedarse, aunque esa fama ahora prácticamente se ha desvanecido. Nunca ha decepcionado a nadie. Utilizando la máquina de Tru-Trú como una extensión del cuerpo, cada quien podía y puede hacer con sus propias manos una creación muy sentimental. Los diseños más famosos fueron los que combinaban un estilo elegante y barroco con finos toques de modernidad. Muy kitsch.

  El Tru-Trú con flores en sobrerrelieve creando vacíos a su paso, es una pieza que incluso puede dar esa sensación artística que provoca respeto y admiración. Los ojos de millones de mujeres se impresionaron al ver que una máquina podía crear entretejidos que solo las abuelas con mayor conocimiento y dedicación lograban en manteles, cubiertas de mesa y añadidos de faldas y suéteres. También en ropa de bebés.

  Pronto, las mujeres hicieron suya la máquina del Tru-Trú, se dieron cuenta que estaba a su servicio, solo debían aprender a manejarla y echar a volar la imaginación.

  Cuenta la historia, que la dueña de una de esas mercerías le dijo a su esposo (Bernardo): “quieren la máquina antes de usarla, la adoran porque saben que con ella pueden ser libres, creativas, inteligentes, románticas, generosas. Y hasta les puede dejar dinero. Les produce sonrisas de increíble belleza. Sus ojos brillan”. Cada quien con su Tru-Trú (J.A.F.)


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