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Sillota
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 27 de agosto 2018
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Por José Antonio Fernández Fernández


  Cuentan (quizá sea una leyenda) que en una empresa muy conocida, un buen día su propietario y director general decidió colocar una sillota en una sala de juntas en la que celebraba reuniones de trabajo con sus ejecutivos de mayor nivel.
  Esa sillota tenía un gran objetivo al estar ahí: significaba en sí misma lo no deseado, lo no querido, lo que no debía ser en ningún momento, la desmedida, el despropósito, los aires de grandeza pedantes y reprobables, las decisiones caprichosas injustificadas y dañinas, la falta de lealtad y respeto a la posición encomendada, la conducta soberbia y subida de tono, la desubicación.

  La sillota era de un tamaño descomunal, tan grande que cuando una persona adulta se sentaba en ella sus pies no tocaban el suelo.
  Cuentan (quizá sea una leyenda) que cuando un ejecutivo de alto nivel se mareaba por el poder asignado ("al subirse a un ladrillo"), entonces corría el riesgo de que fuera sentado en la sillota. Y ya sentado ahí, llegaba el fotógrafo para tomarle una foto: ahí solo, solo sentado en esa sillota que le quedaba muy, pero muy grande.

  La sillota no tenía el afán de burlarse de nadie ni de hacer escarnio de errores cometidos, ese no era su objetivo. Enviaba el mensaje con un humor muy negro, el más negro, cruel sin duda.
  Al sentarse en ella, la sillota se convertía en un espejo hiperrealista. Era la fórmula máxima para que ese ejecutivo mareado por el poder recibido, sintiera en carne propia cómo ese poder lo tenía desubicado. A tal grado era su desubicación, que estaba haciendo mal uso del poder, lo que siempre provoca males, injusticias y líos poderosos que se vuelven tormentas y tsunamis que acarrean desdichas y desventuras.

  La sillota tenía un mensaje implícito: el puesto es el que da el poder, no lo tiene la persona de por sí. Es la silla la que da el poder.   Todas las sillas dan poder, por eso nunca hay que olvidar que tienen esa magia ruda que confunde y que es inevitable: se vuelven contra quien las mal utiliza.

  Cuentan (quizá sea una leyenda) que uno de los que fueron fotografiados en la sillota, aún guarda la foto. La trae siempre consigo, se observa en ella de vez en vez. Se dice que un día le confió a un amigo: todos tenemos nuestra sillota, nuestro espejo. Hay que verse en él aunque dé miedo hacerlo, la lealtad es ubicación


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