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Úsela
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 24 de noviembre 2022
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Por José Antonio Fernández Fernández

Cuando iba en la secundaria, tenía una bicicleta que de pronto le quedó más chica. Vivió una situación peculiar: sus piernas crecieron con la edad y esa bici de la primaria ya no le quedaba. Entonces sucedió una curiosa coincidencia: en la esquina de su casa había una gasolinera, uno de los empleados, el que la cuidaba por la noche, el velador, era su amigo. Un hombre muy rudo, muy fuerte, muy simpático y alegre. El papá del joven le decía El Machetes, se tenían afecto.
  Justo cuando en la secundaria el joven tenía esa casi ansiedad por andar en bici, una tarde El Machetes le presumió contento que estrenaba una nueva bicicleta. Era negra, muy grande, rodada 28, muy bonita, espectacular. La bici que ya no le quedaba al joven era rodada 24, necesitaba una 26, pero le quedó claro desde entonces que no hay plan perfecto.
  Como El Machetes se dio cuenta que al joven le brillaron los ojos al ver su nueva bicicleta, le hizo una invitación: "te la presto las veces que quieras para que te des una y mil vueltas. Me la cuidas”. El joven no tardó en tomarle la palabra.

  Muchas tardes, El Machetes le prestó la bici al joven. Paseaba con ella a toda velocidad por la colonia en la que vivía, le gustaba pasar justo a la hora de la salida frente a una secundaria vespertina. Quería lucirse con las chicas en esa bici grande. Una tarde se estrelló contra un árbol, aceleró demasiado y perdió el control. El choque no pasó a mayores, solo unos raspones en rodillas y brazos. Y unas cuantas risas coquetas.

  Pasó el tiempo, mucho tiempo, muchos años, y un buen día decidió comprarse una bici. La llevó a su casa, se sentía feliz. Una bicicleta verde fosforescente muy bonita, de diez velocidades. Pero tenía demasiadas ocupaciones para subirse a ella, tuvo la ansiedad de comprarla pero no de usarla. Sucede.

  Primero puso la bici a la entrada de su casa. La lluvia implacable comenzó a hacer estragos. Decidió comprarle un impermeable especial para bicis. Todos los días la veía, ahí estaba su bici, lo observaba.

  De nuevo pasó el tiempo, una noche al llegar a su casa sintió que la bici no debía estar ahí. Tuvo una sensación extraña, como de queja de la propia bici. La había visto tantos meses y luego años en ese mismo lugar, tan sola y a la vez tan lista para entrar en acción. Fue entonces que mandó a hacer un cuelgabicis, un aparato que él mismo diseñó para colgar su bici en el patio de servicio de la casa. Se la hizo un herrero. Ya no quería ver la bici en la entrada de su casa, la colgó en un rincón, en un muro. Era muy difícil descolgarla.

  Pasaron años con la bici colgada, hasta que un buen día decidió comprarse un casco y planeó andar en bici un domingo. Con mucho ánimo se levantó, estrenaría su casco y prácticamente también la bicicleta. Descolgó la bici y una mala sorpresa previsible no se hizo esperar: la cadena estaba oxidada, se pegó la estrella, llantas ponchadas, frenos sin ajustar, las velocidades no hacían los cambios. Todo mal.

  Unos cinco sábados después, se levantó temprano y llevó su bici al taller de bicicletas. Le pidió al maestro de bicis que le recomendara una buena lona-impermeable para poner la bici de nuevo en la entrada, pensó que sí la veia a diario entonces seguro muchos domingo saldría a pasear en bici.
  Pero el maestro le dio una respuesta peculiar, le dijo: si quiere tener la bici en buen estado no la guarde, no le ponga nada encima, si acaso tráigamela solo una vez al año. Lo que tiene que hacer para que su bici este bien, es usarla. ¡Úsela! (J.A.F.)


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