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Quedito
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 09 de mayo 2023
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Por José Antonio Fernández Fernández

  Cuentan que luego de que salieron del mágico poblado de Xilitla, la decisión fue quedarse a vivir en San Luis Potosí. Habían perdido todas sus tierras de cultivo de café, razón por la que decidieron emigrar a la capital potosina, bella ciudad en la que años después abrieron una tienda grande de blancos: vendían colchas, sábanas, toallas, trapos, telas... Eran los años treinta del Siglo XX.
  Una tarde, El Abuelo dejó el mostrador de su tienda de blancos para tomar un poco de aire, quería caminar. Le gustaba ver los aparadores de una tienda vecina famosa, vendían los nuevos inventos importados de Estados Unidos. ¡Eran una maravilla!
  Esa tarde conoció un invento que le dejó asombrado: un aparato de radio. Se enamoró de forma inmediata, volvió a su tienda y se hizo una promesa: compraría esa nueva maravilla.

  Pasaron solo una semanas y el día esperado llegó: pagó la cuenta y se llevó su nuevo aparato de radio a su casa. La Abuela no era muy afecta a los nuevos inventos, le gustaba solo el piano que habían comprado tiempo atrás, pero no lo tocaba.
  El Abuelo conectó con mucho cuidado el aparato de radio y le buscó un lugar en el que pudiera escuchar alguna estación, estaba fascinado. En la tienda le explicaron que poco a poco nacerían más y más estaciones de radio, que habría muchos locutores y cantantes. ¡Cuánta felicidad!

  La Abuela no quería el aparato de radio, le dijo una y otra vez a El Abuelo que sentarse a escuchar las transmisiones era una pérdida de tiempo.
  Cada día que pasaba, El Abuelo se sintió más y más fascinado por el aparato de radio. Al pasar el tiempo, encontró en una estación las transmisiones de las corridas de toros. Las disfrutaba como si estuviera en la plaza, sufría, reía y hasta lloraba, su cuerpo se quedaba pasmado cuando el cronista le ponía demasiado suspenso a la narración. Se tronaba los dedos y cerraba los ojos, apretaba las manos, le sudaban. Terminaba totalmente despeinado luego de cada corrida. ¡Cuánta emoción!

  Una tarde, La Abuela lo sentenció, le dijo: "¿cómo es posible que pierdas el tiempo escuchando las corridas de toros? ¿Cómo puedes emocionarte tanto con lo que dicen, sin ni siquiera conocer ni a los toreros ni a las plazas en donde torean? Estás mal". La Abuela se enojaba cada vez que lo veía escuchando la radio, en realidad lo censuraba, nunca aceptó que tuvieran una mínima conversación sobre todo eso que El Abuelo oía en su nueva maravilla… y que era de su interés. Decía: "con mi radio, veo al mundo".
  El Abuelo jamás perdió su amor por su aparato de radio, le encontró un lugar escondido (en un rincón) en el que podía sintonizar varias estaciones. Todo mundo en la casona sabía que El Abuelo sabía más, no solo de toros. Nunca les decía qué hacer, sólo les platicaba. Sabía más de todo, todos los que ahí vivían hablaban con él de todo, se fascinaban al escucharlo. Todos, menos La Abuela.
  El Abuelo oía la radio con el volumen muy bajo, llegó a tener miedo de que La Abuela le desapareciera su aparato de radio, por eso decidió escucharlo aunque fuera quedito, pegando la oreja a la bocina. Nunca dejó de oírlo, se convirtió en su gran amigo. Le dio alas para volar (JAFF)


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