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Fernando Luján.
Una pausa puede crear un momento mucho más importante que un diálogo
Publicada en la Revista no. 55 el 01 de octubre 2000
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Fernando Luján fue durante 25 años un actor dedicado a la comedia fina.
En 1999 sorprendió al público cuando apareció en un papel serio en la telenovela Mirada de mujer, compartiendo créditos principales con la actriz Angélica Aragón. Para Luján ese papel era extraordinariamente importante. La razón: se dedicó a la comedia durante más de dos décadas porque para esos papeles lo llamaban, y sus actuaciones y personajes (como Don Cucufato) tenían éxito. Pero su intención desde siempre era ser actor serio, no comediante.
Las primeras tres semanas que la telenovela Mirada de mujer salió al aire, Luján enfermó. Asistía a las grabaciones en malas y pésimas condiciones de salud. No era para menos. El estrés lo traicionaba. Con su personaje de hombre maduro cautivó a millones. Supo darle carácter y presentarlo como ser humano. Hoy Fernando Luján es el actor de fuerza más importante de la televisión mexicana. En cada capítulo demuestra que domina con maestría ritmo, pausa, cadencia y tiempo.
Como participó en el Sindicato de Actores Independientes (SAI), permaneció alejado de la televisión cerca de diez años, entonces se dedicó a presentar comedia en cabaret. Ese contacto duro con el público de centro nocturno, que no admite concesiones, le desarrolló a plenitud todas sus facultades dramáticas.

José Antonio Fernández: Vienes de toda una familia de actores, ¿alguien tuvo que convencerte pata que te dedicaras a la actuación?
Fernando Luján:
Nadie, al contrario. Esta carrera es tan difícil que su intención fue convencerme de que no fuera actor.
Pero a mí me gustaba ir a comprar títeres a Coyoacan y me aprendía las obras que presentaba mi tío Fernando, como El Tenorio. Crecí en el teatro Ideal y en el Abreu.
Me gustaban la química y la actuación. En una media azotea de mi casa, tenía un laboratorio y también un lugar en donde guaradaba pelucas, lentes y otras cosas que me regalaban mis tíos y que yo recolectaba.
Nunca estudié teatro. Soy un autodidacta. En esa media azotea hacia mis ensayos.
Entonces acompañaba a mi hermano Alejandro, que sí había estudiado en la Academia Andrés Soler, a distintas audiciones. A él siempre lo seleccionaban para actuar en películas y a mí no, aún cuando a mi hermano no le gustaba tanto salir a escena. Se me volvió una especie de obsesión el que me aceptaran. Hasta que un buen día mi madrina Maruja Jordán me llamó para hacer una obra que se llama Marielena, de Pérez Galdos. Yo tenía siete años.

J.A.F.: ¿Qué sentiste?
F.L.:
¡Olvídate! Fue como si me hubieran dicho que me había sacado la lotería. Estar arriba de un escenario era lo que más deseaba en el mundo. Luego una hermana de Maruja nos invitó a mi hermano y a mí a hacer una Zarzuela. Ahí nos vio Julio Bracho y nos invitó a participar en la película La cobarde. Después ya empezé a entrar en otras películas haciendo pequeños papeles y me seguí.


J.A.F.: ¿Ibas a la escuela?
F.L.:
Mi hermano y yo éramos buenos alumnos, pero a mí no me gustaba la escuela. Estuvimos en varias. Y te quiero decir que en aquél tiempo en las escuelas se sentían muy orgullosos cuando uno de sus alumnos hacía una película. Terminé segundo de secundaria y ya me dediqué de lleno a la actuación. Me casé y fui padre a los 17 años. Había que trabajar.

J.A.F.: Sin afán de comparar con mala leche, ¿qué diferencia ves entre las intenciones de actores y productores de esa época, a las intenciones de productores y directores de la actualidad?
F.L.:
Creo que lo que hace la diferencia es el respeto, el cariño y el profesionalismo que le tenían los actores de antes a su trabajo. Eso se sentía inmediatamente al momento de entrar al foro o al pisar un escenario teatral. Había los egoísmos clásicos de los actores, pero prevalecía el respeto y veías el entusiasmo cuando a alguien le ofrecían un papel. La pregunta era: ¿de qué se trata mi papel?
Ahora vivimos una época más fría, más de espectáculo, más de exterior. Los chavos enseguida quieren saber cuánto van a ganar. Aunque sí hay jóvenes que tienen el feeling de lo que es la carrera artística, los veo muy preocupados por el físico.
Y no es por culpa de ellos, sino por la manera en la que se están conduciendo la cosas en el mercado. Antes también existían las divas y los divos, y algunos ganaban grandes cantidades, pero las divas se daban porque tenían una gran trayectoria. No como ahora que las divas aparecen de un día para otro sólo porque son mujeres muy hermosas.
Antes un actor debía tener capacidades actorales muy fuertes. Podía interpretar a muy distintos tipos de personajes. Los actores elaboraban sus pelucas y sus caracterizaciones, tenían más conocimiento y estudiaban más sus papeles. Creo que había más amor por la carrera.

J.A.F.: ¿Todo ese ambiente ya desapareció?
F.L.:
Es que antes viajábamos por todo el país para presentar obras de teatro. Eran compañías muy grandes, de 30 ó 40 actores. Éramos como gitanos, familias completas que íbamos representando obras de un lugar a otro. Nada de eso existe ya.

J.A.F.: ¿Un actor tiene posibilidad de crear detalles visuales a sus personajes?
F.L.:
Las cosas han cambiado mucho. Hoy si quieren a un señor gordito, contratan a uno que ya sea gordito. Antes buscaban a un actor y lo caracterizaban.

J.A.F.: Tuviste una época larga de comediante. ¿Era tu intención ser comediante?
F.L.:
No, para nada. Yo siempre he sido una gente muy seria. Cuando asisto a reuniones la gente se sorprende porque no les cuento ni un chiste. Para mí la comicidad siempre fue un escape. Se me destapa una parte que no existe en mí.
Yo tenía muchas ganas de trabajar cosas serias, pero ya estaba estereotipado. Cuando en los sesentas terminaba una película, ese mismo día me llegaban otros cuatro libretos para actuar en otras tantas cintas.

J.A.F.: ¿Por qué te dedicaste a la comedia por tantos años?
F.L.:
Me llamaban para hacer esos papeles, yo no los buscaba.
El tiempo que me presenté en cabaret, que fueron muchos años, siempre al final interpretaba algo totalmente serio. Y la gente lo aceptaba, aún cuando se había estado riendo todo el tiempo.
Yo puedo decir que fui comediante por azar. Nunca me propusé trabajar en un escenario para hacer reír a la gente. Y como era cómico serio, calificaban mi humor de fino. Fernado Cortés me decía que exagerara, porque los cómicos mexicanos como Palillo y Cantinflas son exagerados y es parte de su éxito.

J.A.F.: ¿Quién fue el que te encontró la parte cómica?
F.L.:
El crédito es para Alfredo Ripstein, el padre de Arturo. Con él hice muchas películas.

J.A.F.: ¿Rechazabas papeles?
F.L.:
En esos tiempos no podía, había que trabajar.
Mi vida emocional se complicó mucho emocionalmente. Tuve hijos muy joven, me divorcié y me volví a casar. Hoy tengo diez hijos y con todos me llevo muy bien. Estoy muy agradecido de la gente, de los periodistas y del público.
De unos años para acá tengo la fortuna de cuidar al máximo mi trabajo, y ahora sí rehuso papeles que no veo para mí. La mediocridad no la puedo soportar.

J.A.F.: ¿Tienes una preocupación por el contenido?
F.L.:
Siempre el actor tiende a buscar que el contenido de su papel tenga valor. A los actores no nos convence el divertimento simplón de la gente. A mí me gusta escribir, y eso me refuerza la necesidad de decir algo para que la gente tome conciencia.
Te confieso que lo ligerito-ligerito no me despierta ningún interés.

J.A.F.: ¿Crees que la censura que existió durante muchos años detuvo el desarrollo del cine y la televisión?
F.L.:
En buena medida sí, pero creo que la censura nunca logra opacar a la gente valiosa. Esto ha pasado en todo el mundo. Un buen ejemplo es Chaplin. Su talento criticó a Estados Unidos desde adentro y pudo realizar películas muy importantes.
A mí me gusta mucho la sátira porque es una bofetada con guante blanco. Exageras una situación real y no necesitas decir ningún nombre, por lo que es muy difícil que la censura intervenga. Pero ahora temo que la censura regrese.

J.A.F.: Participaste en el Sondeo de opinión de nuestro número anterior. La pregunta fue: ¿habrá mayor libertad con Fox? Tú respondiste que crees que nos atrasaremos culturalmente unos 20 años. ¿Por qué piensas así?
F.L.:
Me interesé en las elecciones y escuché información de los candidatos. Me aterra el que
el licenciado Fox tenga 20 años de no ir ni al cine ni al teatro. Sabemos que la provincia en México en muchos sentidos, con o sin razón, se ha cerrado a determinados conceptos y formas de moral y de vida. Yo no sé hasta que punto él sea capaz de abrirse a un mundo que, por decirlo de alguna forma, es distinto. Pienso que si nosotros nos quedamos en un cine costumbrista, en el que se consideren aspectos religiosos y se restringa el criticar, será terrrible. Espero que no sea así. Es un hombre inteligente y a lo mejor nos sorprende. Espero que no se prohíba que aparezca una prostituta en un teatro, y que permitan realizar desnudos en el cine y escenas atrevidas en televisión. Si deciden cerrarse necesitaríamos cortar todo lo que viene de fuera para sólo vivir nuestro mundo. Hoy sería absurdo tapar el sol con un dedo.
En el caso de las dos telenovelas que he hecho con Epigmenio, hemos tocado a fondo temas que antes no se había manejado en televisión. Por eso todo México se conmovió con Mirada de mujer. Por cartas que nos llegaron supimos que hubo gente que se divorció, y familias que lograron unirse más porque los hombres entendieron que eran demasiado egoístas con sus esposas.

J.A.F.: ¿Cómo analizas los guiones?
F.L.:
Los leo solo y saco mis propias conclusiones, mismas que a lo mejor no tienen nada que ver con las que el escritor pensó.

J.A.F.: ¿Un actor puede agregarle características importantes de fondo a su personaje?
F.L.:
Siempre hay que aportarle al personaje. La experiencia y la forma en la que entiendes una situación termina por añadirle características al personaje. En Mirada de mujer yo discutí mucho con Toño Serrano y el mismo Bernardo. Era claro que mi personaje era un hijo de la mañana. Y yo no quise encasillarlo en un clishé. Toñó me decía que no justificara su comporamiento, pero yo necesitaba interpretar a un personaje que cometía errores porque había sido educado de una forma rígida y machista. Por eso era también tierno y tomaba decisiones. Y por eso muchas mujeres que veían la novela llegaban a estar a favor del personaje, cuando a lo mejor esa reacciones no eran la intención ni del director ni del escritor. A un personaje no lo puedes sacar de su papel, pero como las telenovelas son tan largas y tienen tantos vericuetos te permiten crear muchas personalidades y no sólo una, por eso dan esa sensación de realidad.

J.A.F.: ¿Humanizaste el personaje de Mirada de mujer?
F.L.:
Toño Serrano es un director muy sensible y yo le agradezco la confianza (él fue quien me propuso para hacer el papel). El objetivo de Mirada de mujer era el despertar la conciencia de muchas mujeres que viven esclavizadas a su pareja. Mi personaje debía reflejar esa situación, pero yo no estaba de acuerdo en que fuera insensible y que no llorara si los hijos se iban.
Creo que la mayoría de esos hombres cuando ven todo perdido empiezan a reaccionar, y eso es lo que a mí me interesaba poner en escena.

J.A.F.: ¿Qué pasó por tu mente cuando te invitaron a interpretar un papel serio?
F.L.:
No fue fácil tomar la decisión. Tuve tres semanas con el estómago deshecho. Fue algo muy difícil porque yo estaba alejado de ese género. Platiqué con Toño Serrano sobre la sicología de los personajes y lo sentí totalmente convencido de que que yo hiciera el papel. Entré y a las tres semanas empezé a ver el resultado del público.

J.A.F.: ¿Fueron tres semanas muy duras?
F.L.:
Tenía el peso de no cometer un grave error. Eran muchas cosas: el personaje serio, las características propias del personaje y también la decisión de dejar Televisa en donde trabajé 20 años. Cuando vi la reacción de la gente me di cuenta que no me había equivocado. Me vi como un actor con más experiencia y más asentado. Nunca se "apareció" Don Cucufato ni mis caracterizaciones de joven rebelde que interpreté en las películas de los sesentas.
Algo que me gustó mucho es que pude desempeñar un trabajo más moderno.

J.A.F.: ¿A qué te refieres con más moderno?
F.L.:
A no interpretar los personajes de una forma sobreactuada, impostando la voz y exagerando la intención. Yo vengo de una familia que tiene toda la influencia del teatro español, en donde se practicaba esa actuación grandilocuente.
Al decir más moderno es que te veas más sin actuar, más natural, en apariencia por supuesto, porque sí estás actuando pero en ese tono. Es que realizes un trabajo más interior.
Cuando trabajo con Arturo Ripstein todavía debo acentuar más ese tono, porque a Ripstein le gusta que mantengas ese medio tono durante toda la cinta y no permite que te salgas de él, es su estilo como director. No hay matices ni gestos. Te obliga a meterte hasta dentro de tí.

J.A.F.: ¿Con Mirada de mujer y el Coronel no tiene quien le escriba vives tu mejor momento?
F.L.:
Para mí es la gran oportunidad de vivir un segundo aire.
Yo no debo de ilusionarme de más, porque sé que el éxito y el fracaso son totalmente efímeros. No puedes guiarte ni hacer tu carrera pensando en el éxito. Pienso que debes saber qué quieres, y hacia allá orientar tu vida. A mí me gustan las fábulas y aquí viene al caso una: la del arquero que siempre intentaba que su flecha llegara a la luna. Por su- puesto que nunca le dio a la luna, pero sí se convirtió en el mejor arquero. La moraleja de la fábula es que el camino hacia la meta es inseguridad, lo importante no es llegar a la meta sino el camino que recorres hasta ella. Todo lo que realizamos para llegar a las metas es lo que vale.

J.A.F. : ¿Qué tanta importancia tienen para tí los tiempos, las pausas y el ritmo?
F.L.:
En ocasiones por la velocidad con la que se produce no es posible recrearse. Pero cuando puedes darle tiempos a la actuación, sin perder el ritmo de la escena, es posible que des intenciones y metas al público a actuar contigo. Es cuando logras que la gente sienta y viva un personaje. Es una comunión directa con los espectadores, y eso se consigue si le das tiempo a la gente para reaccionar. Por esos las pausas pueden tener más valor que los diálogos. Con una pausa puedes crear un momento mucho más importante que con un parlamento.
Hoy son muy pocos los directores que marcan pausas, tiempos y ritmo.

J.A.F.: ¿Qué esperas de un director?
F.L.:
El actor debe asumir que es un instrumento del director, aunque esto no sea aceptado por nuestro ego. Yo espero que un director sepa lo que quiere, lo que está haciendo. Que entienda lo que está contando, que le ponga cariño a su trabajo y me guíe. Un director tiene que ser como un padre, con el cual te tienes que amalgamar para al final de cuentas lograr el objetivo que es contar la historia.
Yo quiero que a mí me saquen el máximo jugo posible, y para eso hay que confiar en el director y estar en la mejor disposición.
A mí me entra el personaje por los pies, y para ello necesito caminar. Una vez que el personaje está dentro de mí lo pongo en escena en el momento que me lo pide el director. Y entonces empieza a moverse solo: camina, mira, se mueve y habla de una cierta forma. Y yo le busco detalles para enriquecerlo.
Yo creo que mis personajes ya forman parte de mí todos los días.

J.A.F.: ¿Qué esperas de un productor?
F.L.:
Los productores de antes amaban esta carrera. Se sentían orgullosos de hacer una película. Los productores de ahora son otra cosa. Están pensando en subir el rating para así ganar fama.
Quizá sea parte de la época. Esto se ha metalizado demasiado. No es culpa de nadie, es culpa de estos tiempos. Ya no puedes ser soñador, a menos de que te refugies en la literatura que es la que te da otras posibilidades.

J.A.F.: ¿A qué te refieres?
F.L.:
A que no haces las cosas con la intención de tener éxito o de lograr un objetivo determinado, sino que escribes, lees o interpretas tu papel porque te gusta o te inquieta. Estás más allá de la comercialización.

J.A.F.: Percibo un cierto agotamiento en tí, ¿cómo te sientes ahora en la televisión?
F.L.:
Quisiera una televisión menos burocrática, en la que confíen más en tu trabajo y tengas que luchar menos con tanta gente. Una televisión con mayor libertad, en la que puedas hacer también programas unitarios y no sólo telenovelas.
La telenovela en la que hoy estoy participando (Todo por amor) iba a terminar en julio, pero la haremos hasta enero. Afortunadamente en Argos se trabaja bien y hay comunicación con el equipo, pero no es algo que debiera estar sucediendo.

J.A.F.: ¿Ganan los actores por la venta de las telenovelas en el extranjero?
F.L.:
Pueden vender una telenovela en toda América Latina, y a nosotros nos pagan solamente el 10% de nuestro salario original por todo el paquete.

J.A.F.: ¿Qué da la fama?
F.L.:
Si la gente te quiere te da facilidades con todas las cosas burocráticas, como tardarte menos al sacar una licencia de manejo y ese tipo de cosas.

J.A.F.: Tu vida te ha dado mucho, se te han ido cumpliendo las cosas. Creo que eres un hombre con suerte. ¿Qué esperas de la vida hoy?
F.L.:
Me gustan mucho los aspectos esotéricos.
Veo la vida en este momento muy clara, con dualidades contínuas. Quiero encontrar metas mucho más trascendentales. Quisiera avanzar más como ser humano, entender más el universo y el mundo, y estar tranquilo, paciente y amoroso.
A mí lo que más me gusta es escribir



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