Por José Antonio Fernández
Fernández
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Pedro Torres es el productor de comerciales y videoclips
más conocido de México. La tarde de la entrevista él viajaría
unas cuantas horas después a Miami para casarse nuevamente. Platicamos
en una de las
habitaciones de la casa/oficina/productora/postproductora de Cuajimalpa. Eran
cerca de las seis de la tarde. Pedro Torres empezó la entrevista entrevistándome.
¿A tí qué te apasiona?, me preguntó. ¿Qué
es lo que te gusta? Pero rápidamente pasó a ser entrevistado, porque
en realidad las preguntas se las estaba haciendo a sí mismo, y además
porque le sobran las ganas de contar. Se recargó en su sillón. Un
curioso sillón que al inclinarse prácticamente lo puso de cabeza.
Así lo entrevisté por más de una hora.
En ese lapso obscureció. Sillón y rostro quedaron iluminados por
un farol de la calle.
JOSE ANTONIO FERNANDEZ: Estás
en este quehacer de los comerciales y el cine desde hace más de veinte
años. ¿Cómo llegas?
PEDRO TORRES: Creo que tiene que ver con la madera con que nací.
Soy de la Atenas del Norte, de Saltillo. Cuando mis padres se casaron, mi abuelo
materno les dio un espacio para vivir arriba de su tienda. Mi abuelo tenía
una tienda Kodak (de la que era concesionario desde 1910). Yo tuve la fortuna
de nacer junto a un laboratorio de fotografía. Ahí respiré
todas las sales y el nitrato de plata. Cuando crecí quise ser dibujante.
Mi padre era muy bueno para dibujar. Yo estudié dibujo pero lo hacía
muy mal. También me gustaba la música. Tomé cursos pero
no pude. Después me metí a estudiar literatura, que en esa época
era como de gay, y tampoco escribí bien. Yo tenía una inclinación
hacia la expresión artística desde la infancia. Desde chico admiré
a las estrellas de Hollywood.
En Saltillo la vida de los domingos era ir a misa, a la alameda y al cine. Ir
al cine era todo un evento, un ritual.
Tiempo después me fui a Monterrey. Como estudiar literatura era muy mal
visto, me inscribí a la carrera de Arquitectura. A mí me gustaban
la artes. Yo tomaba fotos desde niño. Pero dejé Arquitectura y
me vine a México. Entré a la Anáhuac donde conocí
a Nacho Durán, quien tiempo después encabezó IMCINE. Fue
mi maestro. Un día me dijo: a tí te gusta demasiado el cine, ¿por
qué no te vas a la escuela de cine de Londres? Me gustó la idea.
La platiqué y hoy agradezco a mi padre que me haya becado en la London
Film School. Para ese entonces ya mi pasión por el cine era total. Tenía
pasión por ver el cine y también por hacerlo. En 69 realizé
mi primer
documental. Viví tres años maravillosos en Londres. Esa escuela
es un cubo gigante donde no hay ventanas, lo único con que te encuentras
son posters de todas las épocas, diagramas de cámaras Arri y Nagras.
Es una escuela muy accesible, vive de cosas que desechan las productoras.
De Londres viajé a París a estudiar colorimetría.
J.A.F.: Le das mucha importancia a
la cuestión técnica. ¿Por qué? ¿Por la influencia
del laboratorio de tu abuelo?
P.T.: Por eso y por la frustración de no poder usar ni mis manos
ni mi voz. En ese momento empecé a descubrir que los aparatos me ayudaban
a sacar lo artista que no podía salir por la voz, porque tengo muy mala
voz, además de que mi oído es muy desafinado y mis manos no sirven
para dibujar.
Empecé a ver que con los aparatos movía un botón y se corregía
el color.
Me gustó. Me fascinó.
J.A.F.: ¿Y en Europa haces
cine?
P.T.: No. Allá aprendí a comer, a amar. Vivía. Aprendí
inglés, italiano y francés. La pasé muy bien esos cuatro
años. Regreso a México y trabajo en la productora de Nacho Durán
durante un mes.
Un día fui a los Estudios Churubusco y me encontré con Carlos
Velo (un gran maestro para toda la vida) y con Epigmenio Ibarra, que fue de
mis primeros maestros. Se iniciaba la campaña de López Portillo.
Ese día dijeron que necesitaban un camarógrafo para 35 mm. porque
la campaña política comenzaba y Alexis Rivas se había enfermado.
Cuando oí eso levanté el dedo y ellos me dieron la oportunidad,
cosa que les agradezco porque creyeron en mí. Yo nunca había hecho
35 mm. A partir de ese momento no he dejado de trabajar un sólo día.
J.A.F.: ¿Qué hiciste
con esa cámara que te quedaste toda la campaña de López
Portillo?
P.T.: Lo que hice me quedó muy bonito.
Te confieso que he tenido mucha suerte. A lo mejor es porque fui acólito
de niño y en dos años nunca falté a la iglesia. La misa
era a las seis de la mañana. Quizá eso me acercó a Dios
y de ahí mi buena suerte (te lo digo
en serio).
Cuando filmé la campaña de López Portillo me dijeron: te
despiertas y prendes la cámara, y la apagas cuando te vayas a dormir.
Supongo que tendrían algún contrato especial con Kodak. En esos
diez meses de campaña tiré millón y medio de pies. El maestro
Carlos Velo me dio total libertad para filmar. Yo hacía lo que quería.
Conozco y he filmado hasta el último rincón de México:
montañas, ríos, amaneceres y atardeceres. Como decía Godard,
el cine son 24 verdades por segundo: yo me dedicaba a retratar verdades. Mi
trabajo gustó mucho.
J.A.F.:¿Cuándo sentiste
que diste tu primer golpe, que la gente percibió que estabas haciendo
una cámara con estilo propio?
P.T.: En Sonora, en 1975 cuando todavía era presidente Echeverría,
hubo una huelga de patrones. Nos pusieron en un avión y llegamos al lugar
a filmar. Iba de director Felipe Cazals. Recuerdo lo que vi por el lente: empecé
con el sol que estaba cayendo, fui paneando la cámara y vi a una fila
inmensa de tractores con todos los patrones, luego los campesinos y terminé
con la luna llena. En pantalla aparecieron, sin cortar, el sol, los patrones,
la luna y los campesinos. Un paneo largo, muy largo. Fue una toma mágica.
Se impactaron. Cuando la vieron me hice rey. Dijeron: lo que quiera el señor.
Desde ese día y hasta hoy, hago lo que quiero.
J.A.F.: ¿Y cómo entras
a la publicidad?
P.T.: Para mí no existe el ámbito publicitario, existe
el ámbito de la comunicación a través de la tecnología.
Yo no estoy en la publicidad, ni en el cine ni en la farándula. Estoy
en lo que me gusta que es comunicarme con lo que puedo, que es con aparatos.
Tengo clientes publicistas, que es diferente. El primero comercial que hice
fue uno de Cruz Roja con Sara García a cuadro. Fue el primero de mi vida.
Después me seguí con Hellmans. Era director de fotografía.
Conocí a muchos publicistas. Les gustó como iluminaba y las imágenes
que lograba.
J.A.F.: ¿Y cuándo das
tu primer golpe en los comerciales? ¿Cuándo consigues hacer tu
estilo?
P.T.: En 1977 se me metió el gusanito de poner una casa productora.
Busco a Juan García, con quien había estudiado en Londres, y le
propongo asociarnos. El se resistió porque decía que yo era muy
exquisito y poco sobrio. En ese momento Paco Murguía nos contrata y producimos
con él en Europa una campaña de Le Baron. Ahí conozco lo
que son los grandes comerciales. Entré a ese mundo y sentí que
era mi terreno. Regreso de Europa y fundo con García la compañía
Cine Imagen. Se nos ocurrió abrirla en Monterrey, pero fue un error porque
allá no había nada. Pensamos en Monterrey porque en México
estaba muy difícil entrar. Como no caía nada de chamba nos instalamos
aquí en México. Nuestra primera campaña fue una de Volkswagen
en Europa que realizamos en Alemania, Francia y Bélgica. Nos contrataron
cuando todavía no registrábamos la compañía. Juan
se quedó unos días para depositar el anticipo y yo me fui con
una tarjeta de crédito de mi papá a producir los 7 comerciales.
Ése fue mi segundo gran golpe.
Cuando veo para atrás pienso que he tenido mucha suerte. Imagínate
que ésa fue la primera producción de Cine Imagen.
Dios me ha dado mucho.
J.A.F.: ¿De dónde viene
la importancia que le das al look en la pantalla?
P.T.: Me parece que es lo maravilloso de haber nacido en provincia. Desde
Saltillo yo veía al mundo desde las revistas. Saltillo es un lugar en
medio del desierto donde todo te queda muy lejos (hay gente que nunca sale de
ahí). Yo vi televisión hasta las Olimpiadas. Soy un asiduo lector
del baño. Cuando ves revistas, películas y posters te vas refinando.
Estoy convencido de que la imagen de la publicidad es el homenaje al detalle.
Pasar un comercial al aire cuesta mucho dinero, mucho más
que producir los anuncios.
J.A.F.: ¿Y el glamour que también
es parte de tu estilo?
P.T.: Eso también viene de la infancia. El glamour viene del cine,
de las estrellas de Hollywood. Yo soñaba con llegar a Saltillo en un
jet y que me recibiera todo Saltillo. Me gustaba oír anécdotas,
observar el vestuario y apreciar los objetos. Cuando filmo todo es real, igual
piedras que agua, aunque ahora las cosas han cambiado y realizo escenas virtuales.
Mi costumbre es rodearme de la mejor gente, como Federico Farfán en los
efectos y Carlos Herrera que es mi director de arte de toda la vida.
J.A.F.: ¿Se necesitan muchos
recursos y dinero para lo que tú haces?
P.T.: Los recursos vienen cuando trabajas. Los clientes saben que yo
hago las cosas de cierta manera y eso está más allá de
la discusión. Ellos necesitan mucho dinero en relación a la idea.
Hay que saber optimizar.
Yo no gasto dinero que no se vea en pantalla. Adentro tiene que lucir la riqueza
de la producción. Las ideas deben costar lo que deben costar,
ni más ni menos.
J.A.F.: Tengo la impresión
de que tienes una obsesión por conseguir imágenes inolvidables.
Si bien en un comercial de 30 segundos todo el tiempo es importante, una escena
puede ser la que enriquezca toda la realización. ¿Tienes esa obsesión?
P.T.: Por supuesto. Yo soy un homenajeador. Y a los que homenajeo seguramente
homenajearon a alguien, quizás del renacimiento. En 1974 estuve en Nueva
York y me tocó ver filmar una escena del director Ridley Scott. Llegaron
con un costal lleno de plumas de ganso. Corrieron cámara y soltaron las
plumas a lo lejos. Cuando vi los rushes era una escena genial, así la
tenían que hacer.
J.A.F.: ¿Buscas esas escenas?
P.T.: A mí se me ocurre la idea y luego me duermo. Estuve en psicoanálisis
mucho tiempo como una manera de explorar mi mente. Busco momentos pictóricos,
relaciones y todo me da ideas. Me hizo mucho bien vivir en Europa, pero mucho.
Vi una luz diferente, otras texturas. Vas a Roma y te das cuenta por qué
salen de ahí grandes artistas. En Roma abres la ventana y ves una pátina
maravillosa color ocre que tiene mil años. Son impresiones muy diferentes
a las que puedes mirar aquí en esta jungla de asfalto. Yo admiro el nuevo
cine mexicano costumbrista, pero es un cine que yo no podría hacer, porque
no me gusta la realidad.
J.A.F.: ¿Qué no te gusta
de la realidad?
P.T.: No me gusta el color, el tono, el contraste, la pátina y
las texturas. No me gusta la luz.
J.A.F.: ¿Tú juego es
con la luz?
P.T.: Para mí la luz es todo, es como los números para
las matemáticas.
J.A.F.: ¿Por qué no
haces cine?
P.T.: Dicen que muere feliz quien tiene más juguetes, y yo quiero
morir muy, pero muy feliz. A mí me gustan los juguetes (se refiere a
los equipos con que se produce y realiza el cine y la televisión). Con
ellos creo las imágenes de pantalla. A mí no me interesa el cine
porque en México no hay quien pague para producirlo con todos los juguetes
que se requieren, por eso prefiero no meterme a realizar películas. La
publicidad sí te da la oportunidad de trabajar muy bien.
J.A.F.: Ahora estás cambiando.
Ya entraste a la tecnología digital. Sé que realizas sets virtuales
con equipo Silicon Graphics y que produces en video con una cámara Ikegami
que llegó a México sólo para que tú la uses.
P.T.: Yo no siento que esté cambiando, pienso que estoy al día.
Mira, la primera cámara Arriflex III que hubo en México fue la
mía. La compramos Juan García y yo en Alemania. Trajimos primero
que nadie el dolly Ellemack y el Steadycam. A mí me gusta hablar directamente
con los que fabrican la tecnología. Montamos el mejor estudio de audio
del país.
Hicimos postproducción en Los Angeles y en Miami siempre con lo último.
Soy coleccionista de Macintosh, tengo todos los modelos desde que salió
al mercado. Ahora soy el primero en México en hacer cine digital. Esto
es histórico. Mi pasión es por los juguetes.
J.A.F.: ¿Tú impusiste
la moda de mover la cámara en los comerciales en forma rápida
y aparentemente descontrolada (de cola de perro)?
P.T.: El que empezó con eso fue un amigo norteamericano, Leslie
D., y a mí me gustó su look. Mover la cámara así
tiene sus razones, es una manera de narrar cuando no te cabe el concepto en
30 segundos. Puedes comunicar más en menos tiempo. Lo utilicé
por primera vez en un videoclip de Amanda Miguel, que se llamó Lo vi,
y me empezó a gustar. Cuando proyectamos los rushes sentí bonito.
Hay que saber usar la cámara barrida. No tiene caso en un anuncio de
Lincoln. El problema de la pantalla es saber cómo y dónde hacerlo.
J.A.F.: Te has ido más por
el lado formal, por la parte de la plástica y la estética visual.
P.T.: Definitivamente.
J.A.F.: Luego de más de veinte años en
esto, ¿crees que a la gente le puede resultar tan inolvidable una imagen
como una historia?
P.T.: Claro, pero lo ideal es tenerlo todo. Es
envidiable lograr grandes imágenes con grandes historias. Ahí
podrías decir que Dios te dio todo. Pero yo siento que voy a la mitad
del camino. Pienso que a mí me quedan otros 40 años de vida y
puedo hacer muchas cosas más.
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